lunes, 19 de marzo de 2012

LA MUERTE NO ES IGUALITARIA

Nos sacude sobre la medianoche la noticia de la muerte de Claudia Pía Baudracco, mujer trans, Coordinadora Nacional de ATTTA y Secretaria por las mujeres Trans en la Federación Argentina LGBT, militante de los derechos de la diversidad, del proyecto de Ley de Identidad de Género y el de Ley de Asistencia Sanitaria Integral. No hay nadie en la militancia LGBT que no conozca, de manera personal o mediada, el rostro, la voz, la presencia física, el discurso y el trabajo de Claudia Pía. Hace algunos meses, ella sostuvo este diálogo con sus compañeras:
“— ¿Todas ustedes me conocen? —pregunta Claudia Pía Baudracco, dirigente de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero Argentinas, y todas responden que sí—. ¿Alguna sabe el nombre que figura en mi DNI?

La pregunta las sorprende. Está claro que ninguna lo sabe. Entonces, Pía insiste:

—Si tengo un accidente, me van a buscar en los hospitales por Claudia Pía… ¿Cómo van a hacer para encontrarme?”*

Claudia Pía no tenía el reconocimiento legal de su identidad de género, por lo que todo lo que toca ahora en relación con los trámites de defunción, se hará de acuerdo al nombre que figura en su documento. Un nombre en el que ella no se reconocía y que no significa nada para su entorno.

Esta situación triste, injusta e indignante es la norma en la vida de las personas trans porque todavía no es ley la posibilidad de cambiar el nombre registral (el que figura en el documento) por ese otro nombre, el que se percibe como verdadero porque expresa la persona que se es más allá de cualquier pretendido condicionamiento biológico y más allá de las expectativas sociales que sobre cada persona se depositan. Es decir que mientras las personas cisgénero (las que viven su género identificado con su sexo de nacimiento) pueden ser tratadas desde el hospital hasta los funerales por su nombre verdadero, las personas trans (para quienes la identidad de género es distinta del sexo de nacimiento) se mueren bajo el nombre de alguien que no existe en la realidad.

Morirse para volver a convertirse en ese nombre que no expresa la identidad es el acto final de una vida de desigualdades, en la que la negación y la exclusión van cerrando puertas. Esas puertas que unas pocas pueden atravesar con enorme esfuerzo, porque se les presentó la oportunidad y pudieron reconocerla, organizarse y aprovecharla, pero que la inmensa mayoría mira desde afuera, desde la marginalidad, desde el trabajo sexual obligado por el hambre, la imposibilidad de estudiar, el maltrato de la policía y el desprecio social.

La muerte no es democrática ni nos iguala a todxs si para una gran parte de la población no existe el derecho a existir, vivir la vida, morir y ser despedidx de ella con la identidad que cada unx se construye.

* “El derecho de llamarse Marcela”, nota de la Federación LGBT.

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